
Que la interpretación es una profesión vocacional no tiene mucha discusión. ¿Qué persona está dispuesta a la incertidumbre laboral, económica, estructural, social, y hasta emocional a veces si no le empuja una necesidad y una pasión muy fuertes? Esta pasión con la que comenzamos, a menudo nos hace valientes y somos capaces de afrontar duras situaciones con tal de hacer aquello para lo que, sentimos, hemos nacido. Creo que a la larga hay que tener cuidado con no confundir la pasión con el miedo, otro gran aliado en nuestro camino.
Miedo a que no nos elijan, a que no nos vuelvan a llamar, a no poder actuar si no es en otras condiciones, a que no guste lo que hacemos, a que salga tan bien que alguien querido salga perjudicado… Cada vez que el miedo aparece, quiere decir que alguna inseguridad asoma. A veces no la reconocemos a simple vista, hay que hurgar en las propias entrañas para detectarla y solo al hacerla consciente, poder darle su espacio y saber qué hacer con ella. Para ello es imprescindible la compasión, primero hacia nosotr@s mism@s. Esos miedos nos pertenecen, y no van a desparecer solo porque los echemos a un lado y tiremos para delante. Si no los conocemos, acabarán por ser ellos quienes decidan nuestros pasos. Alguna vez me he encontrado antes de empezar una función pensando “¿qué hago aquí?”. Y he descubierto que hacía esa función por no defraudar a la persona que me había pedido la participación, como si el hecho de decirle que no, me convirtiese en una especie de apestada a la que ya nadie volvería a llamar. No estoy diciendo que haya que dejar de hacer las cosas que nos dan miedo, sino que el “venga que tampoco me cuesta tanto y así al menos actúo”, puede ser una respuesta al miedo, no a la pasión. Yo misma lo he confundido en muchas ocasiones.
Lo que me parece importante es que, cuando esto sucede, es porque algo en nuestro camino está cambiando. No nos da miedo lo conocido, sino pasar a nuevas etapas. Esas nuevas etapas, normalmente, están ligadas al crecimiento, en este caso artístico. Pero en nuestras vidas, lo artístico y lo personal a menudo van de la mano. Tomarse un café con el miedito puede traernos mucha más calma que claudicar. Incluso puede darnos información sobre algo propio que, si nos atrevemos a afrontar, nos irá haciendo cada vez más grandes.
Es la mejor forma que he encontrado para alimentar la pasión y que no sea aplastada poco a poco por el miedo y las inseguridades. Somos muchas las que nos quejamos del trabajo que estamos haciendo, sin pararnos a pensar que la responsabilidad de continuar en una situación que no nos gusta es exclusivamente nuestra. Es más valiente hacerse cargo de ello que soportar duras condiciones y luego quejarse. Es más trabajoso disfrutar, pero es más placentero para el alma. Y, ¿no era eso lo que nos trajo hasta aquí?
(Publicado en Revista Godot. Septiembre 2015)